Habiendo nacido muy rico, desde la más tierna infancia se me impuso la más severa austeridad, la más rígida disciplina, y la más refinada educación que podía recibir en esos muy lejanos tiempos.
El mejor de los métodos para vencer los problemas y las dificultades psicológicas, materiales, sociales, así como las adversidades amorosas; y una síntesis de sistemas para triunfar en toda empresa económica, me habían sido enseñadas no solamente por la serie de amigos «mayores» que orientaron mi despierta adolescencia, ni por la grande cantidad de libros a los que mi alcurnia me dio acceso, tampoco por la magnífica instrucción recibida de ilustrados y prominentes hombres de ciencia, letras, arte, política, religión, sino, por la magistral cátedra que a diario, impartía la clara inteligencia de quien fuera mi señor padre, me prepararon para suceder en el grande imperio de poder que mi padre había conquistado.
Si mi padre había logrado realizar verdaderas transformaciones sociales, en tiempos que aún desconocían el significado de la palabra revolución, no podía mi inquieto y audaz temperamento, ni mis ansias de verdadera libertad, transigir dócilmente con el poder a mi alcance.
Mi rebeldía innata, consecuencia tenaz de múltiples negaciones al mandato clerical, legal, y natural, no podía dejar quieto el remanso de mis sueños de poder, nobleza, ciencia, filosofía, arte, y sobre todo de amor, y resuelto a morir por lo que consideraba «mi vida», en medio del escándalo social, dejé mi «casa», y hube de revolcarme en el lodo de la ignorante chusma que cree saberlo todo, poseerlo todo, y sobre todo, el favor de esa gran realidad a la que llaman Dios.
Por un tiempo, fui parte del montón. En el cieno de la imperante mediocridad, resaltaba mi genio. El populacho, dióse cuenta de mi terrible superioridad, y con toda su vulgaridad quiso hacerme a su semejanza… me dejaba hacer… y me reía…
Alguien dijo: «No respeta al pueblo…» Otro añadió: «No cumple la ley…» No se quien, susurro: «No es creyente». Uno gritó: «Es diferente…»
¡Cuán dichoso me sentí el día aquel en que experimenté el rechazo de los estratos inferiores de la sociedad y la incomprensión de la «noble» intelectualidad.
No podía decir que me hallaba sólo, pues en compañía de la naturaleza, tenía la amistad del mundo inocente, y aprendía en el silencio de las altas montañas, la quietud de la noche, la violencia de la tormenta, el murmullo de los ríos, la majestuosidad de los mares, la lujuria de la selva, sintiendo en cada instante la presencia de Dios.
Mi alejamiento del mundanal ruido, se vio interrumpida por la irrupción ruidosa de cuadrúpedos amaestrados por el ocio doméstico, y cornetines de bufones disfrazados por el convencionalismo social.
Los pueblos me necesitaban…
Toda la instrucción que había recibido de mis múltiples maestros, la experiencia vivida, me habían capacitado para el difícil arte de la excelsa ciencia de gobernar. Había nacido para gobernar. Había sido educado para gobernar. Los ingobernables, pedían y hasta exigían mi presencia en el blanco palacio.
Mi enfermo y aguerrido padre, se hallaba postrado en el lecho de sus agonías, y ninguna ambición se atrevía a ocupar su lugar.
Llegué hasta su lecho mortuorio, para encontrar sólo el inerte cuerpo del antes poderoso Rey, que sucumbió ante la implacable muerte.
El silencio de la nobleza, y las histéricas lágrimas de mujeres sucedieron a un murmullo sordo primero, y al griteril soberano del pueblo, que exclamaba: «¡Ha muerto el rey…! ¡Viva el rey!»
Cumplidas las solemnes honras fúnebres en la pira de las purificaciones, me sumí en largo y profundo silencio; y venciendo batallas psicológicas, al amanecer, renuncié al mandato tradicional, entregue la corona a mi Madre, abandoné el palacio; y, llevando sólo mi blanca capa, comencé a subir la Gran Montaña, que majestuosa se alzaba sobre la ciudad.
Profundas reflexiones me hicieron comprender que los más insignificantes insectos, hasta los más excelsos hombres, así como los mundos y los universos, dejaban de existir.
Que el más grande poder humano, es absolutamente nada, ante el terrible y majestuoso poder de la muerte.
En mis largos viajes, en mis trasnochadas investigaciones, aquí y allá en el ancho mundo, encontré versiones muy distintas y a la vez semejantes, de hombres y mujeres extraordinarios, que más allá de los límites de la ignorancia, y viviendo en armonía con la sabiduría cósmica, habían bebido el NÉCTAR DE LA INMORTALIDAD. Verdaderos ALQUIMISTAS del medioevo, grandes Maestros de la yoga oriental, y maravillosos Místicos, aquí y allá, habían vencido a la implacable muerte.
Mi vida era diferente. Mientras todos buscaban oro, diversiones, y consuelo a sus frustraciones, yo investigaba en toda escuela y centro de estudios, buscando la clave que llevara a desentrañar los misterios de la vida y de la muerte; mas no encontraba nada; sólo contradicciones, y entre los más doctos y preclaros maestros de las religiones, me mostraron poco a poco, que los embustes más grandes se esconden tras el altar de los templos, y que los más grandes farsantes son los que escudan su impudicia e hipocresía tras el negro libro de sus blasfemias.
Viajes por uno y otro lugar, me permitieron conocer toda suerte de «investigadores de la verdad», unos más ciegos que otros, buscando al tuerto para coronarlo de rey.
Estaba en la plenitud de mi vida. Mi alegría, era disfrutar plenamente con mi maravillosa familia, de las bellezas que la naturaleza nos brindaba; mas un dolor intenso me oprimía el pecho, al pensar que un día, la terrible muerte, cegaría nuestras vidas.
Los parásitos de la «religión», pretendían venderme los cielos a cambio de fuertes donaciones que servirían para construir más templos, y a la vez llenar de más oro el arca de sus ministros.
Me hallaba ya víctima de las más grandes decepciones, todo tenía un sabor de engaño, y a mi visión sólo se presentaban teorías, dogmas y mentiras. Como todos había nacido simplemente para morir. tenía que vivir ese gracioso y corto tiempo que se llama vida, y luego… la vejez, y después, a esperar la muerte… ¡La muerte!
Una fuerza innata propia de mi carácter y educación, no dejó que en mi alma hiciese nido la resignación…, y seguí buscando, orando, investigando…
Al fin, luego de mucho peregrinar, encontré un pequeño y selecto grupo de jóvenes estudiantes, que vivían aparentemente como cualesquier persona común; pero, que en el silencio de sus dinámicas vidas, realizaban estudios tan profundos y serios, que la superficialidad de las gentes no comprendía.
Hice carne en mí de ese nuevo orden de vida.
Luego de muchos sufrimientos íntimos y de constantes batallas psicológicas, y de múltiples renuncias integrales, comencé a vivir una nueva vida, y a vislumbrar un horizonte distinto al que contempla el común de las gentes.
Había aprendido a conocer el oculto potencial de mis pensamientos, emociones, acciones, y a tener un completo dominio de mis deseos y de mis instintos.
Poco a poco descorrí el velo de la muerte y pude penetrar voluntariamente en ese oculto MUNDO DE LO DESCONOCIDO.
Recordé mis existencias anteriores…, y vislumbraba mi futura vida. Desperté mis adormecidos poderes, y junto con ENOCH y el ELIAS bíblico, pude remontarme en esas maravillosas esferas de fuego hasta lo que atrevidamente se denomina SÉPTIMO CIELO.
Conversar con los Ángeles del cielo, y las criaturas de la naturaleza, fue realmente algo muy hermoso…
Pelear con esas horripilantes criaturas que reptan en los infiernos… ¡Una experiencia increíble…!
Desprenderme de las pesadas carnes que aprisionaban mi espíritu… ¡Un prodigio maravilloso…!
Recibir el sagrado pan y el bendito vino, de las mismas estigmatizadas manos de JESÚS EL CRISTO… ¡Una vivencia inolvidable…!
Mas, el haber VENCIDO A LA MUERTE, resulta ser uno de los más grandes trofeos que puedo disfrutar.
No te asombres, desconocido amigo, si afirmo que para mí la muerte, ha dejado de existir.
¡La muerte ha muerto en mí mismo…!
¿Cómo es posible que alguien en su sana razón afirme esto?
Tú podrías afirmarlo un día, si vivieses todo lo que yo hube de vivir. Tú, al igual que muchos otros, que formaron parte de ese pequeño grupo de estudiantes jóvenes, podrías CONOCER TUS VIDAS ANTERIORES, INGRESAR EN LOS UNIVERSOS PARALELOS AL NUESTRO, VIAJAR A OTROS PLANETAS, DESCUBRIR OTROS MUNDOS, COMUNICARTE TELEPÁTICAMENTE CON TUS SERES QUERIDOS; Y SI ESTÁN «MUERTOS», CONVERSAR PERSONALMENTE CON ELLOS, SIN NECESIDAD DE RITUALES ESPIRITISTAS, NI OBSESIONES MEDIUMNISTAS.
Podrás, si así TÚ LO DESEAS, REALIZAR TODO AQUELLO QUE HAN VIVIDO LOS GRANDES FUNDADORES DE RELIGIONES COMO JESÚS, MOISÉS, BUDHA, etc.
¡Deja tu modorra y comienza a peregrinar! ¡Deja tus tinieblas y encamínate hacia la LUZ!
R.X. M. Yeo Wams Om.

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