Acostumbrado a vivir una serie de experiencias de carácter insólito, realmente puedo esperar todo tipo de acontecimientos, aun los que parezcan de lo más inverosímil y de características increíbles.
Latinoamérica es una tierra de magníficos y variados enigmas, nadie lo duda, pero, también esta tierra del norte ofrece a quienes se hallan alertas y atentos para el conocimiento de lo nuevo, múltiples sorpresas y de verdad en extremo agradables, tal cual tuve la dicha de vivir en las orillas del, aunque mal cuidado, pero todavía hermoso río Potomac.
Yo me hallaba junto a mi amigo y compañero de extenuantes trabajos, así como de estudios, y aventuras.
Aspirábamos el aire impregnado de hierba cortada y los aires provenientes del sur, mientras escrutábamos el espectacular cielo en lo alto de los hermosos cielos que nos ofrecía el espectacular sol crepuscular.
Unas cuantas gaviotas atrajeron nuestra atención al cruzar sobre nuestras cabezas y perderse en la distancia; pero, casi enseguida, una gran bandada de unas hermosas aves nos obligó a voltear la vista hacia el otro lado del río, donde podíamos divisar una extraña luminosidad que lentamente se acercaba hacia la orilla en que nos hallábamos.
Creímos de principio, que era un barco grande; más nuestra sorpresa fue mayor, cuando pudimos divisar que lo que flotaba en la distancia, no en las aguas, sino EN EL AIRE, era... ¡UNA MAGNÍFICA ISLA...!
¡Tupida vegetación tropical, blancas arenas, aguas cristalinas, fragancia de rosas, música deliciosa, fue lo que vimos y percibimos, así también pudimos observar unas cúpulas de belleza indescriptible que asomaba entre el follaje de los coloridos árboles!
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